enero 18, 2012

El lado Oscuro: 2. Reloj suizo

¡Hola lectoras! :D Hemos tenido un aumento de visitar muy considerable. Ojala que aquellas que nos visitan, ya sea porque corren la voz o simplemente cayeron aquí por alguna búsqueda en San Google, ojala se queden para poder continuar con nosotras en esta travesía. Solo que ahora con la dichosa Ley SOPA y la Ley Doring - si mal no me equivoco - van a cerrar pagina o blogs, como este. Espero que no en serio. Porque este es nuestro bebé, y me voy a volver chango si sucede eso ),:
En fin... Disfruten su estancia en este pedacito de la red. Dejen sus comentarios o sus reacciones. Corran la voz y... Enjoy ^^


2. Reloj suizo

Desnudo…
Ella evito jadear. Conocía ese poderoso y delgado cuerpo a la perfección, y tenía que callarlo. No sabía cómo superaba día a día el saber que vivía bajo el techo de un hombre tan apuesto como él.
Se dirigió al cuarto de baño, no sin antes lanzar una fugaz mirada a ese cuerpo maravillosamente tallado. Cada musculo en su lugar, tenuemente bronceado, con las piernas fuertes y largas. El cabello largo y rebelde, la barba de días. Cualquier otra chica ya se hubiera lanzado a los pies de ese hombre hermoso. Ella no podía y no debía.
Contra todos sus instintos llego al cuarto de baño y lleno la tina con agua caliente, sales relajantes y burbujas, e ilumino el cuarto de baño con un par de velas con olor a canela que el joven amo ordenaba que encendiera.
-Su baño está listo – llamo desde dentro, al pie de la tina.
El baño era como otra pieza, formidable y glamurosa, con una tina, donde bien cabían dos personas, moderna y truncada en mármol negro reluciente, el suelo de mármol blanco con tenues rasgos grises, espejos que cubrían la superficie de una pared, incluso tenía un diván frente a la tina, con una pequeña mesita donde la mayoría de las veces había vino tinto y copas, un enorme ventanal detrás del diván con una magnifica vista al jardín y un lavamanos doble con espejo de medio cuerpo. El cuarto era impecable y deslumbrante. El vapor del agua caliente empaño la regadera de puertas de cristal, los espejos y los vidrios del ventanal.


Pero toda esa decoración digna de un sueño quedo eclipsada cuando él apareció desnudo, con un andar resuelto digno de modelo de las más prestigiosas pasarelas. Trago en seco al verlo pasar a su lado. Antes de entrar a la tina la miro con una ceja arriba y las comisuras de sus labios carnosos formando una petulante sonrisa.
-Quítate la bata – ordeno. Su voz gruesa y masculina con un acento ingles que la mataba le golpeo los sentidos con un mazo. No tuvo más elección que obedecer, parecía que aquella voz la hipnotizaba. –Así me gusta – le acaricio el brazo con los dedos provocando que su piel pálida se enchinara, una vez que dejo caer la bata a sus pies.
Sintió la mirada verde oscura recorrerla lentamente.
Su atuendo provocativo consistía en un vestuario de maid antigua que era obligatorio cuando estaba solo a los ojos de él. La falda corta de holanes, el corsé que hacia resaltar sus pechos, las bragas y sostén de encaje negro junto a un liguero que sostenía unas medias a juego, sobre esos stilettos de suela roja y tacón de aguja, y para rematar sus labios rojos y su cabello en una coleta alta.
-Estoy listo para mi baño – entro a la tina. –Luces deliciosa – adulo mirándola, perdiendo la mirada en sus pechos.
Una nerviosa sonrisa apareció en Winter, se hinco y tomo la esponja junto a la barra de jabón para comenzar a frotarlo. ¡Dios! Ni ella misma conocía ahora la razón por la que seguía en ese lugar. Su amiga diría que estaba completamente loca por aceptar bañar a ese hombre de 26 años con una fortuna hasta como para limpiarse el culo si quería. Que aparte de arrogante era guapísimo. Apenas podía recordar cómo era cuando tenía 5 años y jugaba con ella en los jardines en busca de caracoles y flores para su madre. No era nada a como era ahora. Un hombre hecho y derecho. Un hombre en toda la extensión de la palabra. Uno que había perdido a sus padres hace algún tiempo, y que su única familia había perecido en un espantoso accidente. Aun tenía a Melanie a su lado, pero esa chiquilla lo odiaba tanto o más que él a ella. Winter lo sabía y prefería callar antes de presenciar una pelea verbal sin cuartel.
-¿Quién era tu amigo?
-Max – respondió. –Me trajo a casa…
-No me importa – atajo la explicación de Winter. –No lo quiero en mi propiedad de nuevo. ¿Entendido?
-Entendido, señor – asintió. Lavo su cabello con suavidad y su torso manteniendo los labios apretados. ¿Qué pruebas divinas eran estas? ¿O quizá eran torturas? Cada vez que pasaba la esponja por sus músculos, su propio cuerpo ardía y reclamaba su toque.
Una vez que estuvo limpio y notoriamente relajado salió de la tina, ella lo cubrió de inmediato con una toalla roja.
-Quiero para mañana el desayuno en la cama.
-Claro, señor – él cubrió sus caderas y peino su cabello con las manos.
-Además, esta noche… Deseo tu compañía, ¿entendido?
-Señor, mañana es un día largo…
-¿Acaso quieres que te castigue?
-No, por supuesto que no.
-Entonces haz lo que digo – acaricio su mejilla y salió del cuarto de baño.
-Dioses, como lo odio – murmuro Winter, cuando él estuvo fuera de su vista.
Vacio la tina y limpio los espejos. Apago las velas y seco el piso. Regreso a la habitación.
Esta vez él no estaba desnudo. Unos pantalones de algodón gris oscuro cubrían la parte inferior de su cuerpo, resaltando la curva de su trasero. Una ligera sonrisa se formo en Winter. Después de todo, el trabajo si tenía sus recompensas.
-Winter – la llamo, destendiendo la cama y entrando en ella. La cama tamaño King con el cobertor color vino era la prueba fehaciente de que si era posible dormir en las nubes. Winter muchas veces se había colado dentro cuando él no estaba en la mansión. Disfrutando de la suavidad del colchón, los almohadones de plumas y ese embriagante perfume masculino por toda la cama. –Melanie viene mañana. Esa niña… - tenso la mandíbula, acomodo el almohadón con un par de golpes, recostó la espalda sobre un par de almohadones y se acomodo en la cabecera de la cama. –Mi herma… Su padre quería que estuviera en la mejor escuela. Así que vendrá aquí solo por las vacaciones de verano, volverá al internado en Londres para terminar la preparatoria y volverá para entrar a una Universidad en Nueva York. Necesito la habitación del fondo lista para ella, confió en tu buen gusto para la decoración. Llegara en la noche. Ahora… ven aquí – estiro la mano. Winter se acerco lentamente.
-¿Algún color en especifico para la habitación?
-Haz lo que desees, ¿bien? – se hizo a un lado para darle espacio y que ella se sentara en el borde. –No hables más. Calladita te vez más bonita – acaricio las piernas de ella con un divino toque.
Ella mordió sus labios y dejo caer el cuerpo sobre la cama.
-Ya sabes cómo me gusta dormir – Winter se descalzo y tomo la cabeza de su jefe para que reposara sobre sus pechos. –No olvides enviarle las flores a Samantha mañana temprano. Olvide esa estúpida fiesta con sus amigos… - rodo los ojos. Ella acaricio su cabello. –No estoy para dramas.
-Rosas rojas – confirmo Winter.
-¿Qué haría sin ti? – se giro para verla con la velocidad de un felino y le tomo el rostro para besarla con ansiedad. La coloco debajo de él y con fieras caricias la despojo de su atuendo de maid. –Dilo, dilo…
-Oh amo, - gimió Winter – siga…
Actuación o no, las manos sabias de Bran sobre ella, la calentaban y humedecían, a tal punto que en ocasiones olvidaba decirle “amo” y lo llamaba Bran, su nombre de pila. Ese por el que muchas veces lo llamo cuando niña. Cuando compartían el desayuno en la barra de la cocina, cuando la madre de Bran vivía.
-Eso – Bran tomo sus piernas, ahora desnudas, palpo con suficiencia la humedad de su cuerpo y con una victoriosa sonrisa de hundió en ella de un solo tajo hasta el fondo.
-¡Diablos! – chillo Winter, llena por completo. Los poderosos embistes de Bran le provocaban estremecimientos en todo el cuerpo. Él la hacía llegar tan rápido que odiaba la sensación del placer cabal en su cuerpo.
-Cuida esa boquita, Winter – comento Bran al tiempo que tomaba la cabecera de la cama para penetrarla con más impulso, satisfaciéndola a ella y por supuesto a sí mismo. –Mmmm, oh, sí.
Envueltos en un agonizante placer ambos llegaron, Bran con un grito y un gruñido, ella solo mordió su labio y grabo las uñas en las costillas de él. Una vez satisfechos, él se dejo caer en el extremo de la cama, mientras la miraba vestirse, dejándolo duro como roca.
-Hey – llamo antes de que ella saliera de la habitación. –No hay excusa para no tener mi desayuno en la cama mañana temprano.
-Buenas noches, señor – asintió Winter y corrió a su habitación en el sótano.
Se dio un rápido baño, sin poder borrar las manos de Bran sobre su cuerpo. Él siempre lograba satisfacerla al par que él buscaba su propia liberación. Aun no se explicaba cómo es que había caído en la rutina de ser su Ama de llaves, su cocinera cuando Lumiere no estaba, e incluso su recadera cuando despedía a sus asistentes, pero lo único que la tenia desconcertada más allá de todo, era ser su dama de compañía – por no decir su puta personal – eso sin duda era un misterio, incluso para ella.
Un misterio que era un sucio secreto para Bran y para Winter. Claro, era estúpido y una rotunda mentira decir que Bran no era un buen amante. Era uno muy bueno, que la dejaba satisfecha a pesar de todo. Sin importar las preguntas y frases indiferentes hacia con ella, él nunca la dejaba en medio de un orgasmo y casi siempre llegaban juntos al clímax. Él con un rugido descargándose fuera de ella y Winter mordiendo sus labios sintiendo su corazón salir de su cuerpo.
Todo en perfecta sincronía para que Bran durmiera como bebé y Winter soñara con él.


***


Las mañanas en la mansión Hardenbrook era una rutina sin fin. Winter despertaba junto con el amanecer, a más tardar 5 menos treinta minutos. Hacia su cama, se ponía su uniforme, que era un vestido gris arriba de la rodilla con stilettos altos y su cabello en una coleta. A las 6 de la mañana ya tenía que estar en la cocina ordenando el desayuno de Bran, huevos fritos con tocino, café de Colombia, una dona glaseada (que no comía, pero quería ver al lado de su taza de café) y su vaso de jugo de naranja recién hecho, y claro, el periódico de ese día en la sección de deportes y finanzas, con las noticias destacadas resaltadas en marca textos. Winter personalmente se encargaba de ese detalle excéntrico. Anotaba en post-it los horarios de los partidos de soccer o futbol americano, carreras, baseball.
Después del desayuno, Bran partía con su chofer directo a la oficina en el centro de California. Winter escogía el menú de la cena, que pocas veces cambiaba. Filete en adobo, papas asadas, ensalada, vino, de postre pastel de chocolate, su taza de café y la dona glaseada que no comía.
La mansión estaba sola desde las 8 de la mañana, hora en la que Bran salía, hasta las 5 de la tarde, momento en que él regresaba. Ese tiempo era como cuando el gato se va y los ratones hacen fiesta. Esta vez ese tiempo, Winter lo aprovecho para decorar, limpiar y arreglar la habitación del fondo del pasillo. Decidió pintar con un tono violeta muy claro, cortinas delgadas y otras gruesas para dormir en total oscuridad, en tonos purpuras. La colcha en tonos purpuras también con los almohadones de plumas a juego. El lunes por la mañana llegaría la cama de dosel y el escritorio de madera oscura que había mandado pedir a la tienda de muebles preferida de Bran.
Envió como había dicho Bran, el ramo de rosas rojas a su novia en turno, una modelo preciosa de cabello largo y rubio en ondas. Winter la había visto incontables veces en las revistas, había saltado a la fama después de aparecer en la más famosa revista de moda de Nueva York: Spotlight. Su rostro de ángel era envidiado por muchas.
Bran la conoció en la subasta de un rifle que su padre mantenía en su colección. Había estado en la familia por años, claro que no significaba nada para Bran. Simplemente algo que vender y algo con lo que ganar miles de millones de billetes verdes. Hizo una fortuna con ese “cacharro viejo”.
Salió en varias revistas de chismes con Samantha Woods, la aclamada modelo de Spotlight. Tomados de la mano, besándose, abrazados. Saliendo de fiestas exclusivas, antros de moda y demás cosas de elite. Winter no entendía que Bran no pusiera un pie en Nueva York para verla. Sabía que la Compañía de Bran tenía oficinas en Manhattan. Además que nunca fuera a las fiestas que Samantha lo invitaba. “Manda rosas y una nota ofreciendo disculpas. No estoy para dramas”, decía siempre el joven Hardenbrook. Winter obedecía y esta vez ella misma escribía la nota que tenía que llevar el ramo de rosas.
“La belleza de tu rostro de ángel eclipsaría cualquier hermosa flor. Lamento no haber podido ir. Negocios son negocios. Con amor, Bran”, Winter se sorprendía de la facilidad de mentira con la que Bran la mantenía. Algunas veces no eran flores, algunas eran hermosos collares de diamantes, brazaletes o vestidos de diseñador. La mujer es vanidosa y materialista, pero Samantha sobre todo era estúpida.
La alarma de las 5 sonó en toda la mansión. Los chef, los choferes, las otras criadas y los jardineros corrieron a sus labores como almas que lleva el diablo. Solo Winter se quedo en el hall esperando a Bran.
-Linda – llamo Lumiere en un murmuro. –Miga tus pies – ella bajo la vista, estaba descalza. Había corrido por toda la mansión y se había quitado los stilettos. El chef se los arrojo y ella los atrapo un segundo antes de que Bran entrara.
-Hogar dulce hogar – suspiro Bran. Le tendió su saco a Winter y el maletín de piel. –Espero que la cena esta lista, muero de hambre…
-Esta lista, señor – guardo el saco en el armario del pasillo y dejo el portafolio en su oficina. Volvió al comedor pequeño (de 12 personas), donde Bran comía la cena.
-Huele bien – olfateo sobre el plato. Winter le deseo un buen provecho, se iba alejar de ahí cuando él le tomo la muñeca. –No te vayas…
-Lo que diga, señor.
Se planto al lado de él, en silencio mientras comía.
-¡Diablos! Lumiere es el mejor chef de todo este puto mundo – jadeaba bocado tras bocado.
Terminaba la cena a las 6. Revisaba los pendientes y a las siete menos treinta pedía su masaje. Winter se lo aplicaba. Noche tras noche, ella subía a su espalda para relajarlo. ¿Su atuendo? Ropa interior de algodón blanca. Solo eso. Después del masaje, se enrolaban en una lucha de placer carnal que ambos disfrutaban. Remataban el clímax sobre la cama, con ella desnuda debajo de su cuerpo, mientras él le contaba su día en la oficina.

-Odio a esa maldita bruja. La despediré mañana…
-Solo porque te llevo el café sin la dona glaseada es injusto – se atrevió a decir al tiempo que él le rodeaba el pezón con el dedo anular.
-¿Quieres que te castigue, uh?
-No – contesto de inmediato. –Solo dije lo que pensaba.
-En mi cama no se piensa, mujer, se siente. ¿Estamos claros?
-Transparentes… - aseguro acariciando su espalda definida, con las manos.
-Eso me agrada – mordió el pezón con fuerza, provocando el arqueo de su espalda.
Más placer sin control ni ataduras. O quizá sí. Bran algunas veces la ataba a la cabecera de la cama con su atuendo de maid sexy que tanto le encantaba. Lo enloquecía que sus pechos brincaran libres mientras él la tomaba, y las piernas de ella lo abrazaban con fuerza y sus paredes lo ceñían arrojándolo al orgasmo.
A las 11 de la noche tomaba su baño con esponja especial y la tomaba de nuevo para dormir relajado.
Y así, de nuevo el día comenzaba y terminaba, en su cama.

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Las chicas del Té de Lemmon

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