No tengo pretextos, justificación alguna. Salvo que me cuesta... Al menos hacer sufrir más de la cuenta a los personajes, claro que lo disfruto, que es mejor. En fin... Disfruten de esta nueva entrega de El lado Oscuro, ya después me dicen que les pareció. Besotes.
13. Júrame
Winter abrió
la boca y tardo un minuto exacto en encontrarle sentido a las palabras de Bran.
Le dio una bofetada y quiso cerrar la puerta en sus narices, pero él no se lo
permitió.
-¡Suéltala!
– chillo furica.
¿Qué
demonios le pasaba a ese imbécil?
¿Volver
para enredarse en sus sabanas? Estaba loco.
-Solo dilo
– presiono Bran finalmente logrando que Winter cediera. Entro a su pequeño
departamento y cerro tras de sí. – ¿A qué volviste, Winter? – esta vez su tono
no fue altanero, casi era un susurro.
Winter
estaba dándole la espalda. ¿Qué le respondería? Después de todo era cierto que
ella había vuelto para eso. Saber si alguna vez él la había tenido en sus
pensamientos, más que solo en su cama. Pero conocía la verdad, y esa dolía más
que confesarse ante él.
-¿Qué te
importa? – lo encaro. Mantuvo los brazos cruzados. –No me digas que te importa,
porque créeme, no sería verdad. Mucho menos de alguien como tú. Un pedazo de
basura egoísta y altanero. Si, si Bran, tienes tus millones y casas lindas. Una
novia despampanante, pero ¿sabes? Muchos luchamos por vivir, no como tú.
Bran hizo
una mueca. No lucia ofendido.
-Ya sé que
soy un bastardo.
-¡Que bueno
que lo sepas! Ahora vete – señalo la puerta.
-No vine a
que me dijeras que tanto me odias…
-¿Odiarte?
No, no tienes tanta suerte, Brandon. No mereces el odio de nadie, porque eso querría
decir que nos importa tu puta y miserable vida. Y no, a mi ya no me importas.
El rostro
de Bran se hizo de piedra. Si no lo conociera mejor, diría que eso le había
dolido profundamente.
Nadie le
había dicho eso. Se mantenía orgulloso del odio que los demás le profesaban.
Las palabras de Winter habían entrado en él como una daga directa al corazón.
El vacio en el azul de sus ojos realmente intensificaba sus palabras. Se lo
merecía. Había sido un infeliz bastardo con ella, pero no por placer. Sus
razones, cada vez que las pensaba, eran más absurdas día con día.
‹‹No quiero
lastimarte, Winter››
La imagen
de la madre de Winter, en cama, días antes de su muerte, torturaban a Bran cada
noche.
“-Bran,
cariño – Sibyl le había tomado la mano, sus dedos largos y huesudos estaban fríos
y pálidos, como toda ella. –Ya sé lo que pasa contigo y mi hija. Ella no es
para ti…
-Señora, yo
la am…
-No. No
puedes amarla. Tu familia dejo muy claro tu destino. Winter no es más que la
hija de la sirvienta.
-Es
mentira, ella es mi amiga.
-Mi niño,
son de mundos diferentes…
-No lo
creo. Ella es humana y yo lo soy. Podemos estar juntos… Mi hermano Bruce…
-Él no está
de acuerdo y lo sabes. Has visto como mira a Winter. No la quiere cerca.
-Bruce es
un idiota. No hare nada de lo que él me diga. Señora yo…
-Prométeme
que te mantendrás alejado de mi hija. Brandon, por favor… Mi hija sufrirá
contigo. Yo solo deseo que ambos sean felices. Contigo…
Bran bajo
la mirada y observo la unión de sus manos. Sibyl estaba en sus últimos días.
Estaba conectada a oxigeno y se alimentaba por intravenosas. Apenas podía
moverse. Los padres de Bran le habían dejado estar en su casa, siempre y cuando
su hija cumpliera con todas sus obligaciones. Él los odiaba por eso.
Sibyl tenía
razón. Su familia jamás la aceptaría. La señalarían. Contra todo lo que sentía
por Winter, miro a Sibyl.
-No quiero
lastimar a su hija, estaré lejos de ella…
-Dilo como
si te lo creyeras, hijo – Sibyl torció una sonrisa. –Conozco a mi hija y se… -
tomo aire – que ella te buscara. Aléjala de ti. Promételo.
-Lo hare.
Lo prometo… Pero si su hija…
-Has que te
odie, Bran. Solo así se alejara de ti. El odio desaparecerá en un tiempo y tú harás
tu vida y ella…
-La suya.
Lejos de mí,
pensó.
-Es por su
bien, cariño. No tendrás tus millones de montañas de billetes verdes si estas
con mi hija, lo sabes.
Y maldecía a
su familia siempre por eso”.
Entonces
había llegado el momento. Ella ya no lo odiaba. Después de todo si había
cumplido su palabra.
-Harás tu
vida ahora – dijo mirándola.
-¿Cómo?
-Eso, serás
feliz ahora – sonrió con amargura. No sentía esa sonrisa, fue un reflejo
involuntario ante sus recuerdos. –Lo serás.
-¿Me estás
dando tu permiso para ser feliz, Bran? – soltó con un tono altanero que le helo
la sangre.
-No
necesitas el permiso de nadie, Winter. Solo confirmo un hecho.
-¿Qué
demonios te sucede?
-Nada,
Winter. Ahora que se no volviste a mí para estar en mi cama. Querías una
propia. Melanie ira a sus terapias dos veces por semana, puedes ir por ella
cuando lo desees. Entrara a la escuela en breve. Quizá necesite ayuda con sus
tareas. Te pagare el doble para que estés con ella hasta que duerma. ¿Trato? –
estiro su mano hacia ella.
Estaba
confundida. El giro de la discusión había sido de más de 360 grados.
La mano de
Bran bajo después de un rato, ella no lo había tocado.
-Supongo
que eso es un sí. Nos vemos pronto – dio media vuelta y salió de su
departamento.
¿Qué diablos
había sido eso? ¿Serás feliz ahora? ¿Qué significaba todo eso?
Conocía a
Bran y las decisiones alocadas y estúpidas a las que estaba acostumbrado.
Temiendo lo peor, salió de su departamento.
La noche de
verano estaba húmeda y caliente. El viento no soplaba las hojas de los arboles.
El aire era pesado. Miro en ambas direcciones de la calle hasta que a unos diez
metros de su edificio, alcanzo a ver el auto plateado de Bran, bajo una farola
que tintineaba. Corrió hasta él.
-No me
digas que vas a matarte – bufo. –Y que todo aquello en mi departamento es para
hacerme sentir culpable.
Con una
mano en la puerta, Bran se giro.
-¿Matarme?
Nena, aun tengo a Samantha, no creas que tu y yo pudimos ser algo.
-Sabia que
tu nunca cambiarias. Eres arrogante y ruin. Presumido y un asco.
-Gracias,
lo sé.
-¿Qué fue
entonces lo de allá arriba?
-Simple, quería
cogerte. Pero al parecer estas en tus días, y no estoy para lidiar con
estupideces.
Winter lo
abofeteo.
-¡Maldito!
La mejilla
le ardió, pero no tanto como el ardor que sentía odiándose a sí mismo. Era un
maldito, más que eso. Un malnacido.
-¿Terminaste?
Nena, no tengo tiempo para esto. Hace frio y la tengo dura, así que…
Se atrevió
a mirarla a los ojos. Ese par de ojos celestes brillaban por las lágrimas que
los inundaban. Si había algo que los Hardenbrook hacían, era obtener lo que
deseaban por cualquier medio, y él había buscado por todos los medios romper la
promesa que le había hecho a la madre de Winter, hallar una forma para quebrar
ese trato que había hecho años atrás. Encontrar la forma de amarla sin
prejuicios. No había obtenido nada.
-¿Cómo
puedes ser tan…? ¡¡Tan tu!! – escupió después de un segundo.
-Está en mi
naturaleza, tú lo has dicho, soy un bastardo – dijo en un tono monocorde. Sin emoción
alguna a través de su voz. Le dio la espalda y subió a su auto.
Quería
voltear y mirarla. Sabía que por su actitud tenia los brazos cruzados, quizá
lloraba. No tendría que importarle nada de ella, nada. Empero no era así.
Siempre le importo, siempre sintió algo por ella. Desde que eran unos niños,
desde que pasaban horas en el jardín de su casa. Aun más cuando ella se entrego
a él y continuaron viéndose en las sombras. Desconocía el momento exacto en que
habían perdido ese lazo de amistad, cuando dejaron de ser amigos y pasaron a
ser empleada y jefe. Añoraba esos días más que nada en el mundo.
Arranco el
auto y se metió en el tráfico sin mirar atrás.
La había
cagado y lo había hecho en grande.
Sin pensarlo,
manejo hasta el departamento de Samantha. Posiblemente ella estaría dormida, la
sesión de fotos al otro día y todo eso. Sin embargo, subió hasta su
departamento y toco con golpes secos la puerta. No esperaba que ella le
abriera, hasta que la vio envuelta en una bata de tela vaporosa en color rosa
suave, su cabello rubio y largo estaba trenzado, no podía negar que era
hermosa. Un ángel si le permiten decir.
Bran entro,
sin permiso, a su departamento y cerró la puerta.
Necesitaba
con todas sus fuerzas el calor humano, el calor de una mujer, el calor del
amor.
Empujo a
Samantha a la pared y comenzó a besarla con ferocidad. La chica reacciono con
un jadeo, pero sus brazos sucumbieron de inmediato colgándose de su cuello. Sin
esos stilettos altos, resultaba delicioso poder besarla. Aun era más alto que
ella con tacones, pero así, descalza, era al menos 25 centímetros más grande.
Se pego a su cuerpo, y sintió cada curva de ella. Sus pechos sin sostén los sintió
pegarse a su torso y recorrió su espalda suave hasta llegar a sus nalgas. Casi sintió
la gloria cuando ella jadeo contra su boca, al tiempo que él amasaba su trasero
y hacia a un lado las bragas para tocarla. Cerró los ojos y beso su cuello,
dejando libre su boca para escucharla gemir.
Sus dedos
encontraron ese sitio húmedo y cálido entre sus piernas. Buscaron con urgencia
los jugos de su excitación y hurgaron hasta escucharla sollozar de placer. Bran
cerró con más fuerza los ojos cuando escucho de la voz de la rubia el primer
aviso de un orgasmo. La necesitaba, necesitaba sentirla, sentirse amado y
necesitado; continuo hasta que ella le clavo las uñas en los hombros y subió
una pierna a su cadera, dándole mayor acceso a su caliente cuerpo. Bran sonrió
apenas, oculto entre la coyuntura de su cuello y enterró dos dedos en ella.
Bombeo con suavidad y subió la intensidad conforme la respiración de ella se
agitaba, mostrándole señales de su intenso orgasmo.
Con una última
sacudida ella se desvaneció en su mano y bajo la pierna. Bran respiro
pesadamente y lamio sus dedos frente a ella. La rubia tenía las mejillas
sonrojadas y algunos mechones que salieron de su trenza pegados a sus mejillas.
Bajo la suave luz que llegaba al pasillo donde estaban, logro ver esa prístina
belleza. Era un ángel en pocas palabras.
-Bran… -
suspiro.
Él no dejo
de verla y tomo su mano antes de que ella se pusiera romántica, la arrastro
hasta la salita.
Su
departamento era una pieza exquisita de decoración femenina y estilo elitista.
Estaba cuidado hasta el último detalle. Desde las cortinas de las ventanas, los
cojines de la sala conformada por tres elegantes sofás en color camello de
terciopelo, hasta el comedor para seis personas con un moderno diseño. La
cocina era otra cosa, un punto que Bran no quería ni mirar ahora.
Se dejo
caer en un sofá y la jalo para que ella se sentara en su regazo. La chica lo
miro con una sonrisa tierna y acaricio su cabello con esas manos hermosas y
uñas cuidadas.
-¿Te
desperté? – aventuro Bran, conociendo la respuesta.
-Me
asustaste – susurro en respuesta y beso sus mejillas barbudas. Él sabía cuando
odiaba ella su barba. “Pareces un vago, Brandy…”, rezaba siempre. Espero a que
ella se quejara, pero no hubo queja. –Te ves… diferente.
-Me siento
perfecto.
-Y lo
estas. Solo que hay algo en tu mirada.
-Tal vez
sea que estoy feliz de estar con mi novia – soltó, con la intención de
apaciguar la curiosidad de ella. Hablar de él, de su vida, con ella no era
opción.
Samantha
esbozo una sonrisa que no llego a ser sensual como las otras. Bran odiaba admitir que había pasado demasiado
tiempo con ella, que conocía las sonrisas de la rubia. Tenía al menos 3
diferentes sonrisas para sus largas sesiones de fotos, entre las que incluían
la “tímida y delicada” que no sabe nada de la vida; “la sensual” tipo: tómame
ahora; la “suave y tersa” como: seré complaciente contigo. La que tenia ella
ahora era justo la que hacia cuando no creía lo que le decían. Misma que
formulaba cuando la fotógrafa juraba que había salido hermosa en las tomas.
Jamás había sonreído de esa forma para él.
-Si, seguro
que es eso – bajo de sus piernas y acomodo su bata. –Mañana tengo sesión de
fotografía. Tengo que dormir.
Acostumbrado
a salirse con la suya, aquello le cayó como balde de agua fría con cristales
rotos. Tenso la mandíbula y se puso de pie.
-Entonces
me voy – choco los dientes. Nadie rechazaba a un Hardenbrook, mucho menos a uno
que estaba dispuesto a hacer lo que ella quisiera.
Samantha se
giro de inmediato y tomo su muñeca.
-No dejare
que te vayas a estas horas, ¿bebiste?
-No
realmente – miro la unión de su mano con la de Samantha. Aquella mano frágil y
suave, llevaba en su dedo índice una sortija que ella había rogado que Bran le
comprara, él había dejado bien claro que eso no era una unión de compromiso,
que solo cumplía sus caprichos, ella había aceptado contenta la condición, con
tal de ver ese reluciente diamante rosa en su mano.
-¿Debo
preguntar que pasa, Bran? ¿Fue esa empleada que es niñera de Melanie? – arrugo
los labios asqueada totalmente. – Fue Melanie, ¿cierto? ¿Qué te hizo esta vez?
– sus ojos azules ardieron molestos.
Bran negó
con la cabeza y esbozo una sonrisa invisible, recordar a Melanie le traía
buenos momentos a la cabeza, sobre todo porque esos momentos eran con Winter. Cerró
los ojos, su humor cambio hasta que sintió la bilis subir por su garganta.
‹‹Tengo que
olvidarla››
Apretó su
mano libre y negó de nuevo, más para si mismo que para Samantha.
-No es
ninguna de ellas – mintió. –Son cosas del trabajo – soltó el aire de sus
pulmones que necesitaba salir como una maldición.
-Quisiera
poder ayudarte con ese estrés, bebé – Samantha tomo sus dos manos y las llevo
hasta rodear su cadera, de modo que él la abrazara. –Podemos ir a la cama, hare
un té y dormimos juntos – acaricio su rostro y peino su cabello. Bran se dio el
lujo de mirarla.
‹‹Algo está
mal en mi, ella es hermosa…››
Pero no es
Winter, rezongo otro lado de su mente.
Obligo a
esos pensamientos a alejarse a una esquina. Asintió una vez y beso a Samantha
con suavidad. Como nunca antes lo había hecho. Cerró los ojos, y esta vez no
imagino que era a Winter a la que besaba, dejo que fueran los labios suaves y
carnosos de Samantha los que le dieran calor. Acaricio la espalda de su novia
con suaves toques, dibujo círculos en la parte baja de su cadera, produciendo
lícitos gemidos en ella. Por primera vez… Beso a Samantha Woods.
Se le formo
un nudo en la garganta y tuvo que alejarse para tomar aire por la boca, como si
se estuviera ahogando. Dio un paso hacia atrás y cubrió su rostro con las
manos, avergonzado de lo que estaba a punto de hacer: llorar.
‹‹La perdí
para siempre. Cumplí mi promesa. Soy libre ahora, libre››
Se alejo de
ella aun más, no le permitió que lo tocara y continúo en silencio llorando por
su realidad. Finalmente piso tierra firme y eso dolía. Le golpeaba en el pecho
como si fuera un mazo. Abatido, cayó en un sofá y lloro aun más. Choco los
dientes, ocultando todo su dolor, que salía de a poco en gotas saladas,
deslizándose por sus pómulos y perdiéndose en la barba de sus mejillas. El
dolor de perderla no lo dejaba respirar, solo llorar. Lloro como hacía mucho no
lo hacía. No derramo ni una sola lagrima en el funeral de su hermano; solo
había llorado cuando su madre murió y la vio por última vez, en paz y
tranquila, dentro del féretro antes de que la enterraran. Jamás se había
sentido tan vacio como desde entonces…
Cuando
termino. Cuando su dolor finalizo, levanto la mirada. Samantha estaba de pie,
con las manos cubriendo su boca, sin pizca de idea de lo que le pasaba.
Limpiando con brusquedad sus ojos se irguió y camino hasta ella. El pecho aun
le dolía y de su garganta no podía salir el nudo que le impedía hablar.
-Me siento
un poco mal – admitió carraspeando, obligándose a hablar. –Ve a la cama, me preparare
un té.
-¿Seguro? –
leyó miedo en su mirada. Deseo que no fuera miedo, deseo que fuera cariño.
Apostaría que ahora pensaba que era un cobarde. La sociedad dice que los
verdaderos hombres no lloran, bueno, él no era un verdadero hombre, era un
cobarde. Estaba bien llorar.
-Totalmente
– cabeceo en dirección al pasillo que daba a la habitación de Samantha y él se
fue a la cocina. –Soy un imbécil – maldijo en voz alta cuando se aseguro que
nadie lo escuchaba.
Como un
robot, saco lo necesario para tomar esa bebida caliente que su cuerpo gélido
necesitaba. El frio no solo lo sentía por el clima, aunque era un poco irónico
que lo que lo calentara fuera una mujer con el nombre de una estación donde las
temperaturas eran incluso bajo cero.
-No puedo
ser más afortunado.
Tomo el té
en uno de los bancos altos que tenia la barra del desayunador en la cocina.
Evito observar lo pulcro de cada rincón en la cocina. Desde los estantes encima
de la barra de una cocina integral en colores pastel, hasta cada vaso y taza en
perfecto orden. A veces le sorprendía que Samantha viviera sola y tuviera todo
en perfecto orden y limpieza, él no había tendido su cama desde que tenía cinco
años. Jamás, desde entonces, había lavado un plato, vaso o cubierto, tenia
empleados que hacían eso por él… Maldijo de nuevo al recordar su estación del
año favorita.
Termino el té
y paso de largo la sala. Esta noche no iba a dormir solo, aunque siempre lo
hiciera. Huía cada noche, cuando tomaba a Samantha como un animal, solo saciando
su libido; no había dormido nunca con ella, nunca había despertado con ella.
Esta noche… Él necesitaba estar entre los brazos de alguien. De ella…
Samantha tenía
una fijación por la combinación de los colores. En la cocina predominaba el
color crema, en la sala el camello, en el baño era un suave color perla con
rosa y en su habitación eran colores rosas suaves. Sobre la cabecera de su cama
había una pintura de aves en vuelo de muchos colores. Su armario era de puertas
ahumadas de cristal deslizables, repleto de vestidos y stilettos. Su cama
estaba en medio y era lo primero que mirabas al entrar, a cada lado tenía una
mesita de noche con lámparas de luz cálida, apagadas ahora. Ella reposaba, como
Aurora (la Bella durmiente del cuento de Disney), su rostro estaba apacible. Si
ya era una delicia verla cuando estaba despierta, Bran se estaba preguntando
seriamente si se volvería un deporte verla dormir.
Al pie de
su cama comenzó a desnudarse y, quedando en calzoncillos entro a la cama. Con
una mueca Samantha se acoplo a su cuerpo. Aquello era nuevo para él, sintió las
piernas de Samantha, largas y tersas contra sus extremidades. Se atrevió a
abrazarla y despejo un mechón de su cabello, admirando la relajación de ese
bello y perfecto rostro.
-Lindos
sueños, Bran – el aliento de la chica choco contra su pecho, erizándolo hasta
el final de la columna. Paso el dorso de sus dedos por su mejilla y beso su
frente.
Quería ser
bueno con ella. Después de todo, no era el bastardo que todos creían que era.
-Duerme
bien, ángel – aquella última palabra de cariño emergió de su boca como si todo
el tiempo hubiera estado ahí para Samantha. Respiro el aroma de su cabello
hasta que se canso. Ahora que la tenía entre sus brazos, la esencia a fresa y
vainilla ocupaba sus pulmones. Sintió sus manos pegadas a su torso, sus uñas
con manicura francesa, sus senos apretados contra él. Si se lo proponía, podía
escuchar el latir de su calmado corazón. Cubrió cada detalle de ella: la sombra
que dibujaban sus largas pestañas, sus cejas perfiladas, su nariz respingada,
sus pómulos rosados, sus labios tenuemente arqueados en una sonrisa. Quiso
memorizarlos, mas de momento solo había una imagen en su mente.
Maldijo en
silencio y obligo a sus ojos a permanecer abiertos. Grabo en su retina la silueta
de Samantha bañada por un débil rayo de luna que cruzaba la habitación y daba
directo en su rostro, como si ella y la luna tuvieran un pacto perverso por
hacerle darse cuenta que ella era su recompensa. No era su regalo de
consolación. Ella era la meta.
¿O no?