La calidez del roce me hizo olvidar de que estaba devastado. Gracias a Dios. Me arrastro hasta un sofá, aventó con el pie las cosas que estaban en su paso. Después se aventó al sofá y yo caí junto a ella. Subió los pies y se quito sus zapatillas de piso. Estiro los dedos de sus pies y estos tronaron extrañamente.
-Lo siento, me mataban estos zapatejos. Todo el viaje en tren… imagíname. Sentada frente a una anciana que me miraba feo, y que solo se la paso tejiendo. Yo no puedo quedarme callada mucho tiempo. Es más, es un pecado quedarse callado, ¿para que Dios nos concedió el don de la lengua sino hablamos? –decía rápido. –Esos 5 sentidos son algo bello, hermoso –empezaba a divagar. Típico- … gracias a Dios traía mi Ipod, pero a la cosa esa se le termino la batería –gruño.
Me reí. Escucharla quejarse era demasiado… bien, me encantaba tenerla a mi lado. Ella era mi mejor amiga desde que tengo memoria. Comía hormigas en el jardín de niños, decía que sabían a pollo. Se mordía las uñas en la secundaria, en la preparatoria se puso como loca por una boyband, que creo ya ni existe. Se pintaba los labios de un rojo carmín exquisito, que me moría por probar, ella decía que sabía a fresa y lo devoraba a mordidas. Imagínenla cubierta de pintura roja. Si, Ami estaba completamente, y de una manera encantadora, demente.
-Lo que yo digo no es de risa –dijo seria. Frunció la boca.
-Eso crees tu… -le dije alzando una ceja.
-Hummm... – hizo un sonido nasal como el de Marge Simpson. De nuevo reí. -¡Hey! Soy tu invitada, ¡respétame! – me dio un puñetazo en el hombro.
-¡Oye! No golpees al anfitrión- en serio que eso dolió.
-Galleta – espeto y se cruzo de brazos.
Siempre me decía Galleta, cuando ella creía que era una gallina. Como esa vez que no quise aventarme de la cascada. Solo teníamos 15 años. ¿Qué esperaba? Además… ella estaba… desnuda. ¡Mi Dios! No podía nadar desnudo al lado de ella, que ya empezaba a transformarse en una mujer. Yo tenía las hormonas al 100%
-¿Me perdonas? – hice un puchero. Y enrolle en mis dedos su cabello largo y ondulado. Cuando lo alborote un dulce aroma a jabón salto a mi nariz.
Negó con la cabeza, frunciendo más los labios.
-¿Por favor? – susurre.
Negó de nuevo. Así que aplique una nueva estrategia. Cosquillas.
-¡Nooo! – grito. Y se retorcía en mis brazos.
-¿Me perdonaras?
-¡N-Nooo! – Jadeo.
Incremente las cosquillas, sabia que ella era muy sensible en las costillas. Subí mis manos hasta su cuello y roce apenas sus oídos.
-¡NO! –grito más fuerte y de un brinco se puso de pie. –Las orejas no, Eric – me señalo.
-¿Por qué no? – la encare.
-N-no… - Se puso la mano en el pecho. –Me pongo… mal – finalizo recobrando el aliento.
-¿Mal?, ¿en que sentido? – la mire.
-Mal… me emociono. Me… estremezco. Me gusta…
Si algo caracterizaba a Amelie era la crudeza con la que hablaba. Razón por la que solo me tenía a mí como amigo. No se llevaba bien con las chicas. Era extraño. Ella era muy linda. Extraña, si, pero linda.
-¿Y que tiene de malo que te guste? – la tome de los hombros. Hundiéndome en el profundo y electrizante azul de sus ojos.
-No tiene nada de malo – saco el aire. –Lo malo… es… que tú lo haces. Eric… ¿me besas? –pregunto. Hizo una carita de emoticon. Sus labios formaban un perfecto 3 acostado sobre sus ondas y sus ojos podían muy bien ser los del gato de Shrek.
Espero paciente y en silencio. Quería besarla. Subí mis manos a su cuello y lo acaricie. Lento, me acerque a su rostro. Sus ojos se dilataron expectantes.
-Hazlo ya o te golpeo –sonreí antes de probar con un toque fugaz su boca carnosa y suculenta.
Bese de nuevo, sin profundizar el beso. Ella respiraba normal, sin agitarse. Me gusto que no se me aventara como loca. Sus manos se aferraron a mi saco. Bajo la cabeza y bese su frente.
-No sabes besar ¿eh? –comento.
-Eso crees… -defendí.
-Pruébalo.
Tome su barbilla y la hice que me mirara. Relamí mis labios y la bese de nuevo. Esta vez, la hice jadear, y sus pequeñas manos me abrazaron la cadera. Recorrió el contorno de mis pantalones y sus manos bajaron a mi trasero. Jadee.
-Siempre me gusto tu trasero – dijo contra mi boca.
-¿Gracias?
-No agradezcas… -se puso de puntitas.
Era su turno de profundizar el beso. ¡Dios! Besaba tan bien. Esto no… no, no, no.
-Ami, Ami… -con cuidado la empuje.
-¿Te mordí muy fuerte?
-No, no… es solo. No puedo. No ahora.
-Tu cuerpo dice lo contrario –bajo la mirada.
¿Cómo sucedió?
-Mira… estoy…
-Tienes novia.
-No.
-¿Entonces? ¿Tuviste novia y aun sientes algo por ella?-razono.
-Algo así. Ami, no quiero lastimarte. Eres mi mejor amiga y…
-Hummm... ya. ¿Me quieres como amiga?
-No, es decir, si. Mira. Me gustas, ¿si? Mucho. Solo que… no quiero usarte como salvavidas.
-Ya veo. Bueno, entiendo. Aun así pienso que eres un Galleta – toco mi nariz con su dedo índice y camino a la cocina.
Suspire. Hablar con ella siempre fue fácil. No había dramas con ella. Era feliz todo el tiempo. No dudaba que tenía su lado oscuro, como todos. Lo sacaba solo en los momentos precisos e importantes. “¿Para que desgastarse con nimiedades?” decía.
Quedo huérfana a la edad de 15 años. Mi madre era muy amiga de la madre de Ami, y al morir Lucy, mi madre la adopto, prácticamente creció con nosotros. Nuestros padres eran tan unidos que no descartaban la idea de que algún día nos hiciéramos novios, que nos casáramos y que tuviéramos a sus nietos corriendo por todo el jardín, así como hacia ella después de que paraba de llover. Crecimos juntos, no como hermanos, pero si como familia.
La alcance en la cocina. Intentaba abrir una botella de vino con un tenedor.
-Dame, yo lo hago.
-Gracias. ¿Esta bueno? Yo solo he probado uno. En la cena de año nuevo con mis padres. Estaba delicioso, yo sola me acabe la botella –sonreía, nostálgica.
-Si, creo que si esta bueno. Me lo regalo un amigo, Cameron, ¿lo recuerdas?
-Si. El tipo alto con cabeza de huevo, ¿ah? Claro que lo recuerdo… por cierto. Dile que se ve mejor calvo. Se ve sexy así.
-Si, yo le digo – Menee la cabeza.
Destape el vino y ella bebió directo de la botella. Apenas estaba por sacar las copas de la alacena cuando ella ya le daba el segundo trago.
-Uhh. Si, esta delicioso…
-Tranquila borracha.
-Estoy tranquila. Vamos, cuéntame, ¿Cómo te trata la vida Sherlock? – de un brinco subió a la barra de la cocina.
-Me va bien, no me quejo Watson.
No se como fuimos a dar a la sala, ella dormía como un gato entre mis brazos. Incluso ronroneaba cuando acariciaba su cabello. Como pude me deshice de mis zapatos y mi saco sin soltarla ni un segundo. Por difícil que pareciera, Amelie siempre lograba aliviar mis penas. Era la luz al final del túnel, el chiste perfecto para las conversaciones absurdas, la mejor amiga sin duda. Era mi tesoro. Mi amuleto de la suerte. Por ella entre a la academia de policías. “Así podrás buscarme cuando me pierda”, decía.
-Eric –dijo con voz pastosa, abriendo un poco sus dulces y tiernos ojos azules.
-Dime… -pase la yema de mis dedos por su pálido rostro.
-Te amo...