abril 26, 2011

Búscame - Capitulo IX

Si creían que me había olvidado de esta historia estaban equivocadas. Digamos que les di un respiro a esos dos polluelos: Eric y Amelie. Pero venga, que pronto sabremos que paso con ellos :) Disfruten de este capitulo. Espero sus comentarios y enjoy! ;)



Capitulo IX

Era la segunda semana en la que Amelie trabajaba en ese restaurantillo. El uniforme, como me imagine, le sentaba a la perfección. Ella deambulaba contenta por la sala, recogiendo su ropa sucia y aventándola al cesto de mimbre que estaba en una esquina de nuestra, si nuestra, habitación.

La miraba encantado en como ella tarareaba, mientras acomodaba las cosas que había tirado de la mesa de centro. Era ordenada, bien, solo a veces. Pero amaba ese lado raro de ella.
-La próxima vez te aseguras de quitar todo de la mesa – decía acercándose al desayunador donde estaba.
-¿Cómo? – pregunte volviendo mis ojos a su rostro. Había perdido la mirada en sus cremosas piernas.
-Si, que te asegures de quitar las cosas de la mesa de centro la próxima que me avientes a ella… - tomo un banco largo y se sentó a mi lado.
-¿Por?
-Ayer me pique el trasero con una tapa de cerveza – dijo y llevo una mano a su nalga izquierda. No pude evitarlo, lleve mi mano a su mano y acaricie.
-Lo siento, Amy… Me asegurare de despejar el área, cualquiera que fuera, para que tú delicioso trasero este intacto al amanecer – mis palabras la sonrojaron en el acto.
Soltó una risilla y asintió. Torpemente se llevo la taza de café a la boca. En el camino se le resbalo de las manos, un poco de líquido oscuro cayó sobre su blusa blanca.
-¡Mierda! Mira lo que ocasionas, Eric – dijo y limpio con una servilleta.
-Lo siento, lo siento… - la ayude a limpiarse.
Pero entonces caí en cuenta de que limpiaba los montes de sus pechos. Trague en seco, intentando concentrarme en la tarea de la mancha oscura, pero me fue imposible.
La tome con fuerza de la cadera y la monte sobre mis piernas. Ella reacciono de inmediato y abrió sus piernas para colocarlas a los lados de mi cadera. Así fue como empezamos una lucha de lenguas, jadeos y caricias.

-Llegare tarde al trabajo de nuevo… - Amelie se puso de pie. Yacíamos en la alfombra de la salita. La mire corriendo por toda la pieza en busca de su ropa. Sonreí divertido cuando atravesó su cuerpo desnudo sobre mí para alcanzar uno de sus zapatos. –Quita esa estúpida sonrisa… Por tu culpa me despedirán – dijo.
Se sentó en el sofá y empezó a vestirse.
-Te recuerdo que a ti te encanta tanto atender a clientes malhumorados como el tren en horas pico – me recargue en mis codos para observarla mejor.
-Lo sé, pero aun no me llaman del Museo – se quedó en silencio, dando brincos se puso la falda y los zapatos. –Supongo que así le dicen a la gente cuando no los contrataran: “Nosotros le llamamos” – dijo con voz chillona.
-Tu blusa está llena de café, Amy – Dije y me puse mis calzoncillos.
-Ohh – dijo ella y corrió a nuestra habitación a buscar una nueva. Volvió, en el camino abotonaba la blusa, finalmente se puso el chaleco amarillo mostaza y tomo su bolso. –Adiós… - dijo encaminándose a la puerta.
-¿No olvidas algo? – cruce los brazos sobre mi pecho, alzando una ceja. Ella se detuvo y giro.
-Mmmh… Nop – dio un paso más a la puerta. Escuche el portazo de que había partido.
Solté un suspiro prolongado.
De pronto sentí como Amelie volvía a mis brazos.
-Sé que olvide algo… Esto – dijo antes de besarme.
Esta mujer me volvía loco. Les juro que iba a sentirme como un miserable si ella no me besaba.
-Ahora tengo que correr, cuídate – esta vez salió disparada.
-Cuídate… - musite aun con los labios ardiendo de deseo.
No se cuánto tiempo estuve ahí, en la salita, parado como estúpido. Solo sé que mis piernas se cansaron y tuve que tumbarme en el sofá. Podría estar todo el día así, sin nada que hacer, recordando cada caricia de Amelie sobre mi cuerpo, cada beso, cada mordida, cada sonrisa, cada mirada.
El sonido desesperado de mi teléfono móvil me hizo volver del paraíso de los recuerdos.
-Hable – gruñí.
-Whoa, tranquilo hombre – Era Cameron.
-¿Qué sucede? – me puse de pie. Recargue el móvil entre mi hombro y mi oreja, para poder recoger mi ropa.
-Recuerdas que el Sr. Baker dijo que había algo importante esta semana… - murmuro.
-¿Por qué murmuras? – pregunte curioso.
-No murmuro – defendió.
-Sí que lo haces – acuse. -¿Qué pasa, Cam?
-Eso algo importante está aquí…
-¿Y…?
-¡Como que… ¿y?! – chillo del otro lado.
-Bueno, nuestro jefe sigue siendo el Sr. Baker, a menos que lo trasladen a otro estado, entonces no tenemos de nada porque preocuparnos – razone.
-No me preocupo – hizo una pausa. Sabía que mordía sus uñas.
-Bueno, ¿Qué pasa entonces?
-Ese algo tan importante… es una… chica. ¡Una chica! – grito.
-Bueno… Supongo que has visto un par de ellas andando por la calle, o en el tren, o en el supermercado. Venga, Cam, que eso no es tan grave.
Puse el altavoz de mi móvil para poder vestirme.
-¿Cómo? Un momento… ¿Quién eres tú y que le hiciste a mi amigo?
-Soy yo, idiota – termine con la camisa.
-Es que… hombre que es hermosa – jadeo.
-¿Quién eres tú y que le hiciste a mi amigo? – lo imite.
-Imbécil – rugió. –Tienes que verla… Y me dirás sino estarías como yo.
-¿Dónde estás por cierto? – termine con los pantalones. Me senté en el sofá para calzar mis zapatos.
-Hmm, en el cuarto de las copias – dijo un tanto avergonzado. –Todos están sobre de ella.
-Ajá – me puse de pie, tome mis llaves y mi saco. –Nos vemos en la oficina, Cameron. Y amigo… ella no es tu tipo – dije antes de colgar.

Veinte minutos después llegue a la estación de policías. Había un gran jaleo cerca de mi oficinita. ¿Qué demonios?
Me acerque lo suficiente para ver una melena larga y oscura. Todos, como había dicho Cameron, estaban sobre ella. Pero venga, que en la estación de policías solo había dos chicas… Las hijas del jefe, que apenas alcanzaban los botones del ascensor.
-Eric…
Gire. Cameron me llamaba desde el cuarto de la copias. Me reí burlonamente acercándome a mi amigo.
-¿Qué demonios haces aun aquí? – susurre. -¿Por qué mierda susurro?
-No sé – alzo los hombros y me jalo dentro.
-Venga, Cam – le di un manotazo a su mano cerca de mi cuello.

Sin duda Cameron estaba nervioso. Su corto cabello, ya que había perdido una apuesta y se había tenido que rapar, estaba revuelto. Sudaba, incluso. –Es solo una chica – quise calmarlo.
-No, amigo, no es solo una chica…
-Me estás dando miedo – le dije en broma y lo jale fuera del cuarto de las copias.
Si de una cosa estaba seguro, era que Cameron no era un cobarde.
-Ya, mírala, ahí está. Ahora… ve por ella tigre – palmee su trasero.
Cameron me miro con desagrado y me hizo una señal obscena, misma que me hizo sonreír aún más abiertamente.
Entre a mi oficina y cerré las persianas. Sin duda estos tipos necesitaban salir más seguido. No podían ver una falda porque corrían tras las piernas.

Media hora después, el jaleo ya se había detenido. Cosa que se me hizo rara. Así que me asome por entre las persianas, el jefe estaba en medio del lugar, todos asentían con seriedad. Fue entonces cuando me percate de la razón de la revuelta.

La mujer que estaba al lado de él, con los brazos cruzados bajo su pecho, de cabello largo, piel clara, era toda una belleza. Claro que Amelie no tenía nada que envidiarle. Mi chica era única. Aun así, no podía decir que la mujer al lado del jefe no era guapa. Además de que estaba seria y asentía profesionalmente. Mientras que los demás intentaban aparentar seriedad y mirarla a los ojos, porque el cuerpo de esta chica era sin duda atlético y atractivo. Alta, delgada. Sin duda, era el sueño húmedo de cualquier adolescente. Una policía sexy y hermosa desenfundando un arma de fuego.
Cameron estaba justo frente a la mujer. Miraba hacia todos lados y se rascaba la nuca nervioso. Así que, como buen amigo que era, salí a demostrarle mi apoyo. Le estreche un hombro, Cameron soltó un suspiro imperceptible para todos.
-Oh, Eric… - el jefe me llamo. –Como les decía a todos, ella es parte de este equipo, es la Detective Wildest. La trasladaron desde Boston.
-Hola – salude. La chica asintió apenas formando una sonrisa en su rostro.
Su rostro perfilado, con ojos verdes delineados y… un poco rojos e hinchados, la hacían lucir vulnerable. Aunque por su postura, podía decirse que patearía cualquier trasero y entrepierna que se pasara de listo con ella. Sin tanto maquillaje ella lucia femenina y peligrosa. Vaya, con razón todos babeaban por ella.
-Trabajara con Cameron…
Todos gruñeron y yo sonreí a mi amigo que apenas lograba respirar.
-Muy bien, ahora todos a trabajar – grito el jefe. –Los rufianes no se atrapan solos.
Se dispersaron rápidamente.
-Ven a mi despacho, Cameron – señalo a mi amigo.
Por mi parte regrese a mi oficina.
Media hora más tarde Cameron entro a mi oficina.
-¡Dios! – jadeo. –Dijo que era uno de sus mejores elementos. Dijo que está complacido con mi desempeño. Dijo que a ti te asignaran a alguien más. Lo siento amigo…
No creí lo último. Su sonrisota lo delataba. Cameron no cabía de felicidad en él mismo. En parte orgulloso de lo que le dijo el Sr. Baker y otra por poder trabajar con una chica como ella.
-Dios, estoy tan nervioso que vomite – confeso.
-Agh, calla – gire los ojos.
-Nos vemos después…
Salió de mi oficina. La tarde paso sin contratiempos. Así que con un poco de aburrición, regrese a mi departamento.
Me tumbe en el sofá y encendí el televisor. Estaba por dormirme cuando el ruido de la puerta me espanto el sueño.
-Amy…
Ella entro al departamento con la cara oculta tras sus largos mechones negros. No dijo nada, entro directo a nuestra habitación. La seguí y entre sin anunciarme. Ella estaba tumbada en la cama, con la cabeza escondida entre los almohadones. Sollozaba. Eso me rompió el corazón.
Me recosté a su lado. Ella se movió, alejándose.
-Amy, ¿Qué pasa?
Negó con la cabeza.
-Anda, dime… - acaricie su espalda. Se lanzó a mis brazos y lloro más fuerte. –Linda… - la tome del rostro. Sus mejillas estaban húmedas y sus ojos rojos. –Ya… shh… - la mecí entre mis brazos.
-Me despidieron… - susurro.
-Oh – sonreí. Pensé que algo malo, realmente malo le había pasado. -¿Por qué?
-Porque… - bajo la mirada. – Cosas.
-¿Cosas? Explícate – pedí. Negó de nuevo con la cabeza.
-No pasa nada. Solo que tendré que buscar un nuevo empleo – quiso sonreír, y engañarme con esa sonrisa de ángel. Y estuve a punto de olvidar el asunto. Pero en el fondo, sabía que Amelie no lloraría solo por haber perdido el empleo. Algo más fuerte estaba detrás de todo este mar de lágrimas en sus ojos.
-Amelie. No hay secretos entre nosotros, ¿recuerdas?
Ella asintió. Me abrazo.
-Lo se… Solo… - sorbió su nariz. –No quiero hablar ahora, Eric…
-Está bien…
Muy en el fondo sabía que algo malo pasaba. Ella no era así. No se dejaba caer. Amelie era tan fuerte como un tornado. Arrasaba con todo, como había hecho con mi corazón. El tiempo que llevaba a mi lado era suficiente para saber que la amaba. Para saber que mataría a cualquiera que osara lastimarla. Y ahora, justo ahora, ansiaba encontrar la razón de sus lágrimas, hacer pagar a cualquiera que la hiciera sufrir.
Amelie dejo de llorar. Pronto, los dos nos quedamos dormidos. Ella mantenía las manos cerca de mi pecho, aferrándose a mi camisa. Mis manos estaban detrás de su cadera, apretándola contra mi cuerpo. Asegurándome de que ella estuviera bien. Nuestros pies estaban juntos. Sus pies descalzos rozaban los míos aun con calcetines. Una de sus piernas estaba entre las mías. Era una posición bastante cómoda. Nos acoplábamos perfecto, como si fuéramos destinados a estar así. Siempre.
Unos golpes me despertaron. Abrí los ojos un tanto somnoliento. Salí de la cama, Amelie cambio de posición. Sonreí ante la imagen. Ella era demasiado buena para ser verdad. Había curado mi corazón con tan solo una mirada. Bese su cabeza y camine a la puerta. Quien quiera que estaba del otro lado era una patada en el culo. Tocar así a media noche no era nada alentador, menos tocar la puerta de alguien que tenía un arma en el cajón de la mesa de noche.
Aporrearon con mayor insistencia.
-Un momento… - busque las llaves y abrí. -¿Diga?
-¡Eric!
-Evan, ¿Qué demonios haces aquí?
-Volví…

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